"Las mejores palabras en el mejor orden"

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS

(El País, Babelia, 22/11/2008)

García Baena, Gamoneda, Segovia, Brines, Sánchez Robayna, Atencia ... reflexionan sobre cómo la poesía trasciende los géneros literarios y, aunque está lejos de tener los lectores de la narrativa, ha conseguido salir de su propio gueto

El lugar en el que se cruzan la eternidad y el tiempo. La energía que nace de la contradicción. Una emoción reconstruida... Todo eso, dice la tradición, puede ser la poesía, esa manera de usar el lenguaje que, como quería Percy B. Shelley, "levanta el velo que cubre la belleza oculta del mundo y hace aparecer los objetos familiares como si no lo fueran". Mucho más escueto y siguiendo a sus propios clásicos, Luis Cernuda lo dijo así: "Las mejores palabras en el mejor orden".
La búsqueda de una definición para su propio oficio es una de las ocupaciones más antiguas de los poetas. Otra es discutir el carácter minoritario de ese oficio. ¿Malos tiempos para la lírica? Lo dijo Bertolt Brecht hace medio siglo, lo cantó Golpes Bajos hace dos décadas y el año pasado lo certificaron las estadísticas. La encuesta sobre hábitos de lectura en 2007 promovida por la Federación de Gremios de Editores de España es rotunda. El 94,2% de lectores habituales lo son de novela y cuento. El porcentaje restante se lo reparten el ensayo (3,6%), el teatro (0,9%) y la poesía (1,3%). Comparados con los de narrativa, en efecto, los lectores de poesía son un bien escaso. Comparados con los que había hace 50 años, la escasez no es tanta. Fruto de una demanda limitada pero creciente es también una mayor oferta. "Antes dependías de las bibliotecas de los amigos, porque ni se editaba tanto ni los libros llegaban a las librerías. Por no hablar de Internet, que ha revolucionado la difusión de la poesía", recuerda María Victoria Atencia, premio de la Crítica en 1998 por Las contemplaciones (Tusquets) y, a sus 77 años, uno de los grandes nombres de la generación de los cincuenta. Para Atencia, no obstante, es difícil que la poesía pierda su carácter minoritario: "Pero no es un género residual". Así pues, un 1,3% de pura intensidad. En palabras de Francisco Brines: "La poesía no tiene público, tiene lectores".
Por otro lado, hace ya tiempo que los poetas le retorcieron el cuello al cisne de la cursilería. Hermética o prosaica, la poesía moderna ha elevado su nivel de exigencia hasta romper con los clichés que la habían disecado como un desahogo rimado para gente con la cabeza en las nubes. Pablo García Baena, que acaba de publicar la antología Rama fiel (Universidad de Salamanca) y de recibir el Premio Reina Sofía de Poesía, el más prestigioso de Iberoamérica, recuerda los tiempos en los que empezó a publicar: "La verdadera poesía estaba ausente. Abundaban los recitadores folclóricos que imitaban a Lorca". Con todo, el autor cordobés, de 85 años, no pierde de vista la famosa dedicatoria de Juan Ramon Jiménez -"A la inmensa minoría"- al señalar que la poesía necesita un determinado contexto -"No creo en la poesía para campos de fútbol"-, es decir, soledad y silencio, otros dos bienes escasos. "Mientras una novela te entretiene y te hace tomar distancia, un poema te hace pensar y revivir cosas que son tuyas. Los poetas se meten en tu vida. Y eso es duro".
En esa distinción entre la lectura de poesía y la de narrativa coincide también Antonio Gamoneda. Para el premio Cervantes de 2006, la poesía no es literatura: "La literatura descansa en la ficción. La poesía, sea clara u oscura, no. Manifiesta hechos existenciales (sufrimientos, gozos, temores), es una emanación de la vida". En opinión del autor leonés, de 77 años, la poesía trasciende los géneros literarios -"Hay mucha poesía en Kafka"- pero en medio del ruido de la modernidad ha perdido su función primitiva: "Empezó siendo el único medio de comunicación. Era uno de sus grandes valores en la Edad Media. Ese espacio lo ocupa ahora la televisión. Si ésta ocupa todo el cerebro de la gente, será el triunfo del consumo sobre la reflexión".
"Lo que dicen los poetas sigue siendo importante", afirma Carlos Pardo, de 33 años y ganador del Premio de la Generación del 27 con Echado a perder (Visor). "Hay un margen que sólo puede llenar la poesía: el de la reflexión sobre el lenguaje, el de la música de las palabras. Esto último algunos lo encuentran también en las canciones, pero tampoco hay tanta diferencia", continúa Pardo, que además de escritor es coordinador de Cosmopoética, el festival de poesía de Córdoba -que este año celebró su quinto aniversario, con los premios Nobel Seamus Heaney y Dario Fo entre 200 autores-, uno de los referentes del género al lado de la Semana de Poesía de Barcelona y del Festival de Poesía de Medellín en Colombia. Los festivales, de hecho, se han convertido en la mejor prueba de que la poesía puede salir del gueto. "Lo bueno es que a las lecturas", cuenta Pardo, "viene gente desprejuiciada a escuchar a poetas a veces muy arriesgados. Y funciona". Eso sí, hay más espectadores que lectores. Superventas aparte, si vale la palabra, y atendiendo a las tiradas medias, Pardo calcula que hay en España alrededor de mil lectores-compradores puros de poesía: "A un festival va gente que no compra libros de poemas, pero el pesimismo no está justificado. Cada vez hay más lectores. Además, se ha roto el provincianismo. Cada vez se publica más poesía extranjera, y más latinoamericana".
La industria editorial española, en efecto, se está poniendo al día respecto a la lírica escrita en América Latina. Un fenómeno reciente. "Yo hice un curso en una universidad de Madrid en los años noventa y algunos profesores decían directamente que no les interesaba. Eso ha cambiado", recuerda la colombiana Piedad Bonnett, de 57 años, que en el transcurso del pasado festival VivAmérica presentó en España su libro Las herencias (Visor). Los herederos de César Vallejo y Pablo Neruda no son ya aves raras en el catálogo de las editoriales españolas. Algunos, no obstante, no son tan optimistas. Es el caso del poeta canario Andrés Sánchez Robayna, coautor junto a José Ángel Valente, el uruguayo Eduardo Milán y la peruana Blanca Varela de la antología Las ínsulas extrañas (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), en la que Miguel Hernández convivía con Lezama Lima y Gil de Biedma con Ida Vitale porque el criterio de selección era la lengua española y no la nacionalidad: "Se edita, es cierto, pero dudo que los libros tengan incidencia real. Eso sí, estamos lejos de afianzar un espacio cultural hispánico al modo en que lo está, con una lengua menos fuerte hoy, la francofonía".
Uno de los incluidos en aquella antología, Tomás Segovia, es un buen exponente de esa cultura transatlántica. Nacido en Valencia hace 81 años, vivió en México durante décadas y ahora lo hace en España, donde acaba de recibir el Premio Internacional García Lorca. Según Segovia, el franquismo detuvo la poesía latinoamericana en los alrededores del modernismo para el lector español. "Hay mucho que recuperar", explica, "pero los nombres de poetas como Juan Gelman, Gonzalo Rojas o Eugenio Montejo empiezan ya a estar en boca de la gente". Respecto al futuro de la poesía, el autor de Siempre todavía (Pre-Textos) tampoco es pesimista: "Su valor numérico no se corresponde con su prestigio, que es enorme. ¿Que no la leen? Ya la leerán dentro de 200 años. La influencia de la poesía se extiende por contagio, cuerpo a cuerpo". -

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